Esta vez en lugar de regalarles un cuento del Finde.. les regalo una linda escena en una biblioteca. Disfruten, vale la pena las actuaciones de sus actores.
Espacio de aventuras y desventuras de una escuela de enseñanza secundaria que está de pie y sigue creando. Moreno. Provincia de Buenos Aires. República Argentina
viernes, 20 de enero de 2012
domingo, 8 de enero de 2012
Curiosidades con los libros
Libros pop-up
7 enero, 2012 por Pilar Muñoz Lascano
Los libros pop-up son aquellos que al abrirlos despliegan figuras dinámicas y multidimensionales, se trata de mecanismos que hacen que la fig
ura se levante de la página y pueda ser observada desde diferentes perspectivas. Esto se logra a través de diferentes técnicas y sus creadores están considerados verdaderos ingenieros o arquitectos del papel. El producto suele ser una fuente inagotable de placer visual, artístico y lúdico dado que suelen ser tantos los detalles que en cada apertura es posible descubrir algo nuevo.

A lo largo de la historia, los libros con piezas móviles fueron empleados para documentar y enseñar conceptos complejos de la ciencia y la medicina o mecanismo complejos. Actualmente es común verlos entre los libros para niños (y no tanto) debido a que, sin lugar a dudas, resultan llamativos. Pero además escapan al concepto y formato c
lásico de libro ya que sus figuras tridimensionales los vuelven lúdicos e interactivos.

Entre los grandes ingenieros de papel contemporáneos se encuentran David Carter yRobert Sabuda. Aunque no es conocido por este tipo de libros, Benjamin Lacombe es el autor de Cuentos sileciosos, un libro en diálogo con cuentos de la tradición oral y clásicos de la literatura infantil.
Probablemente, la gran cuestión en estos libros es analizar si el recurso está bien empleado. Es decir, el mejor libro pop-up no es aquel que tiene más imágenes des
plegables o el que tiene las figuras más llamativas (como sucede con algunos libros estilo Disney) sino aquellos en los que las figuras pop-up interactúan con el texto y lo resignifican. Un papel brillante o una textura en particular no deberían estar deliberadamente sino para generar un aporte, ya sea a la lectura, a la observación o al conocimiento artístico.

Esto sucede, por ejemplo, en dos libros de Robert Sabuda: Peter Pan y Alicia en el país de las maravillas, ambos publicados en inglés por
Little Simon y en español por Kókinos. En el primero, se emplea papel metalizado para la cola de las sirenas, un verdadero cordón blanco en el que Wendy tendió las medias recién lavadas, transparencias para reproducir vidrios que nos permiten ver quién está dentro de la casa y qué está haciendo (nada más ni menos que leyendo), otro t
ipo de transparencia para que Campanita pueda volar y brazos enlazados para que el señor y la señora Darling abracen a sus hijos, son solo algunos ejemplos.


Por su parte, en Alicia en el país de las maravillas se emplea una textura afelpada en los animales con pelo, al abrir y cerrar unas páginas es posible observar cómo se alarga el cuello de Alicia o cómo la cara del bebé se convi
erte en cara de cerdito. Indudablemente la imagen estrella es la de Alicia en el centro de la página y suspendido en el aire, literalmente, el juego de naipes. No obstante, el lugar donde mejor parece estar explotado el recurso pop-up es cuando el lector puede desplegar una especie de túnel-acordeón y ver cómo la protagonista va cayendo por la madriguera.

Libros para abrir y cerrar infinitamente. Libros para observar hasta el cansancio. ¿Libros para niños?
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viernes, 6 de enero de 2012
POR QUÉ EL CIELO ES AZUL
Pablo Ramos
+ –Es así –me dice de espaldas, con la cabeza metida en la pileta de la cocina, mientras termina de enjuagarse el pelo–, ni te das cuenta de que el tiempo pasa.
Se hace un turbante con la toalla, se da vuelta, toma el mate de arriba de la mesada y chupa de la bombilla hasta que el ruido le avisa que debe volver a cebar. Ceba otro, me lo da y soy cuidadoso de no tocarle la mano, de no romper el hechizo sin el cual, tal vez, no habría llegado nunca hasta su casa.
–Qué vergüenza, agarrarme justo cuando me lavaba el pelo –me dice–. Con la que me veo a veces es con la santiagueña. ¿Te acordás de la santiagueña? Andaba con el Turco. ¿Qué se habrá hecho del Turco?
Se sienta. Supongo que mientras habla de cosas sin importancia trata de encontrar al pibe que debo haber sido hace más de quince años. Seguro piensa que algo debe quedar: una señal, un resto de luz oculto en alguna parte. O puede simplemente que esté tratando de acomodarse, de amortiguar el impacto de mi visita. Yo estoy sentado y sigo sin saber cómo llegué hasta acá. Cómo fue que esta tarde me subí al tren, recorrí las cuadras desde la estación hasta su casa con un paquete de facturas, golpeé la puerta –después de tantos años– y le dije que venía a tomar unos mates.
Tiene un vestido floreado y suelto, humedecido en el escote, con botones en el frente y completamente abrochado. Está nerviosa. Sentada en la otra punta de la mesa no ha parado un instante de hablar, y ahora se inclina hacia adelante y busca una factura en el paquete abierto. Puedo ver la forma de sus pechos porque la luz que entra por la ventana le vuelve trasparente el vestido. Pienso que pudo haber sido mi madre, que en una época deseé que fuera mi madre y hasta se lo dije.
–Mirá que seguís siendo loco, eh –dice.
Después me pregunta qué bicho me picó, por dónde anduve. Querrá saber qué fue de la vida de un chico de catorce años que pensaba que una puta era una especie de diosa del Olimpo.
–El tiempo vuela –dice–. Querías ser músico y doctor. No tenés cara de ninguna de las dos cosas. Querías ser chulo también. Cómo me hacías reír, ¿te acordás? Tenías cada salida.
–Me casé. Me separé –digo–. Tengo un hijo que se llama Alejandro.
Ahora me pasa la pava para que yo cebe. Vuelco un poco de yerba sobre un costado del papel de las facturas y acomodo la bombilla. En silencio, la miro frotarse la cabeza con la toalla. Sacudir el pelo rubio para los dos lados, peinarse con la mano abriendo los dedos para formar una peineta. Teresa hace estas cosas con una energía desmedida, como si los movimientos bruscos la ayudaran a pensar mejor, a concebir la pregunta que contenga todos los interrogantes que le deben estar pasando por la mente. Se detiene. Suspira con un dejo de cansancio y se para.
–Estarás necesitando mujer –dice. Yo pienso que debería irme. No sé a qué vine pero seguro que no a humillarme, ni a humillarla a ella. De golpe me siento asustado, me siento triste.
–Me voy al sur; a laburarla de verdad, sabés –digo.
Teresa recorta el pedazo de papel donde el poquito de yerba húmeda hizo una aureola verde, envuelve la yerba, va hasta el cesto de basura que está cerca de la pileta y la tira. No sé si me cree. Tal vez sé que no me cree.
–Contame algo del pibe, che. ¿Alejandro dijiste que se llama? Contame, ¿se parece a vos?
–Es igual a la madre –digo, y el silencio de ella debe tener que ver con el tono suave de mi voz, con las palabras comunes y corrientes que acabo de pronunciar. Tal vez ya se dio cuenta de que siento desprecio por mí, por mi manera mezquina de pensar, de relacionarme con el mundo; porque soy incapaz de confiar, de no sentir que el otro oculta siempre intenciones secretas que no se atreve a sacar a la luz.
–Vos eras hermoso, sabés –dice Teresa–, me refiero a lo que eras, a la persona que eras, a las cosas que decías.
Se acerca por detrás, me rodea el cuello con los brazos y me pasa las manos por el pecho. Se apoya contra mi espalda, me tira el cuerpo encima. Me quedo sentado. La siento alejarse y giro sobre la silla. Está desabrochándose el vestido. No rápidamente, tampoco con una lentitud que deje espacio a alguna duda. Está por desprender el último botón y yo temo que ese solo acto logre entristecer el mundo para siempre. No digo nada y ella debe interpretar mal ese silencio. Se lleva las manos a la cintura y, abriéndose el vestido, me deja ver sus pechos desnudos, una bombacha ajustada y negra, sus piernas todavía hermosas. Ahí está Teresa y ahí se queda ahora, parada cerca de mí, ofreciéndose, un fantasma en la penumbra.
–Teresa –digo.
No quiero mirar su cuerpo y busco sus ojos cuando el sol, desde atrás del paredón del baldío de enfrente, colorea la cocina de un naranja irreal, ilumina su pelo húmedo que huele a champú de manzanas, su cara de polaca, de judía, una mueca feroz bajo los delicados rasgos de su nariz. Yo sigo inmóvil, con los brazos caídos a los costados. Ella desvía definitivamente la mirada.
–¿Te acordás del disco que me regalaste? –se ha dado vuelta; se está cerrando el vestido–. ¿Te acordás o no? –dice de espaldas–. Todavía lo tengo, en un sobre. Fue cuando empezaste con el inglés. Estabas meta traducir canciones. A veces quiero acordarme. Es como tener una espina, esto de no poder acordarse.
Se mete en la pieza y –lo sé– está juntando fuerzas para poder mirarme a la cara cuando vuelva. No puedo dejar de reconocer su oficio en eso. Ahora sale, con un sobre, con el disco simple adentro, la mirada clavada en el aire.
–Hablaba de alguien que lloraba por una tontería –dice–, me acuerdo de eso: un tipo que lloraba por una gran tontería.
–Porque el cielo es azul me hace llorar –digo.
–Eso, sí, ¿qué alivio es acordarse, no? Porque el cielo es azul, me hace llorar –dice Teresa–. Qué tipo más raro. Qué tontería más grande.
El cuento por su autor
- Historia de este cuento:
El cuento se me ocurrió hace mucho tiempo, tal vez cuando yo tenía 21 años, más o menos, y ni soñaba con ser escritor (sí soñaba con cuentos que escribía en mi cabeza y listo). En aquel tiempo había sido padre y trabajaba más de quince horas por día. Me salvaba escuchar música. Estaba obsesionado con este tema de Los Beatles, había transcripto la partitura y además. Estaba maravillado, también, con esa manera de expresar la angustia leve, la tristeza casi imperceptible pero tan mía (pensaba yo en aquellos tiempos) que me producía la belleza: la conciencia de la belleza, es lo que quiero decir.
Pero no se me ocurrió el cuento como cuento, se me ocurrió como situación. Qué bueno sería si alguien, luego de un malentendido doloroso, saliera del paso por la tangente, y que esa tangente fuera hablar de “Because“ de Los Beatles. Pensé que el final de mi historia sería: “Qué tontería esa, que tontería más grande”. Algo así, y el cuento tenía que ser genial. ¿Por qué? Porque iba a impactar exactamente al revés en el lector. El lector iba a sentir: “No, te equivocaste hermano, no hay cosa en el mundo más importante que esa, qué lejos que está todo esto de ser una tontería”.
Mucho tiempo después lo escribí. Pero cometí un error de principiante distraído, un error que nunca saltó en el taller, porque no era de principiante-principiante, sino que era de Ramos principiante de Ramos. O sea, cuando aún no tenía claro lo que busco en una historia. Y escribí el cuento y le puse ese final… pero la frase la decía él. ¡Qué estúpido! El, que sabía inglés; él, que sabía lo que eso era y que había ido ahí a perturbar a alguien casi porque sí, alguien a priori más humilde, más vulnerable. El día que me di cuenta de que Ella era quien tenía que decir eso, llamé por teléfono a Inés Gardland y salté de acá para allá en una pata. Era ESO, lo que yo buscaba, lo que iba a buscar de ahí en más, todos los días de mi vida: más de eso, más de lo mismo.
Parece una tontería ¿no?
Fuente: Página 12
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PABLO RAMOS
sábado, 31 de diciembre de 2011
FELIZ AÑO 2012!!! ES EL
DESEO DE QUIEN ESCRIBE PARA TODOS LOS INTEGRANTES DE LA COMUNIDAD DE LA MOLINA. QUE SE CUMPLAN TODAS SUS METAS. Y QUE MAÑANA
ARRANQUEMOS DE NUEVO COMO QUIEN TIENE UN LIBRO ADELANTE, DEPENDE DE CADA
UNO DE CÓMO LO QUIERA LEER, ESTARÁN LOS APASIONADOS , LOS INQUIETOS,
LOS PROLIJOS, LOS QUE ESPÍAN EL FINAL PERO TODO VALE, ASÍ RECORREMOS
NUESTRAS HISTORIAS...
miércoles, 28 de diciembre de 2011
VOLVEMOS AL CUENTO?
Medio abandonado hemos dejado esta sección de cuentos. Desde hoy postearemos un cuento por semana para que los acompañe en sus merecidas vacaciones. Les dejo la primera historia.
Ben-Tovit
![]() |
Leónidas Andréiev |
El día terrible en que se realizó la mayor injusticia del mundo, en que se
crucificó en el Gólgota, entre dos bandidos, a Cristo, ese mismo día, el
comerciante de Jerusalén Ben-Tovit tenía, desde por la mañana, un dolor horrible
de muelas.
Le había comenzado la víspera, al anochecer. Ben-Tovit experimentó en el lado
derecho de la mandíbula, en la muela contigua a la del juicio, una sensación
singular, como si se le hubiera elevado un poco sobre las otras; cuando la
rozaba con la lengua, sentía un ligero dolor. Pero después de comer, la molestia
pasó, Ben-Tovit la olvidó y acabó de tranquilizarse con el cambio de su viejo
asno por otro joven y vigoroso, negocio que le puso de buen humor.
Durmió con un sueño profundo; pero, al amanecer, algo vino a turbar su sueño.
Se diría que alguien llamaba a Ben-Tovit para algún grave asunto. No pudiendo ya
resistir aquella inquietud, se despertó y se dio cuenta al punto de que tenía
dolor de muelas. Entonces era un dolor franco y claro, muy violento, un dolor
agudo e insoportable. Y no se podía ya comprender si lo que le dolía era la
muela de la tarde anterior o las demás contiguas a ella. Toda la boca y toda la
cabeza le dolían, como si estuviese mascando millares de clavos ardiendo. Se
enjuagó la boca con un poco de agua del cántaro; durante unos momentos el dolor
se aplacó, y Ben-Tovit experimentó una ligera tirantez en las muelas. Dicha
sensación, comparada con el dolor de hacía un instante, era incluso agradable.
Ben-Tovit se acostó otra vez, se acordó de su nuevo asno y pensó que sería del
todo feliz a no ser por el dolor de muelas. Trató de volver a dormirse, pero
cinco minutos después el dolor comenzó de nuevo, más cruel que antes. Ben-Tovit
se sentó en la cama y empezó a balancear el cuerpo acompasadamente. Su rostro
adquirió una expresión de sufrimiento, y en su gran nariz, que había palidecido,
apareció una gota de sudor frío.
Así, balanceándose y gimiendo lastimeramente, permaneció hasta la salida del
sol; de aquel sol que estaba predestinado a ver el Gólgota con sus tres cruces y
a eclipsarse de horror y de tristeza.
Ben-Tovit era un buen hombre, a quien repugnaba la injusticia; pero cuando su
mujer se levantó, le dijo mil cosas desatentas, lamentándose de que le hubiera
dejado solo y no hubiera hecho ningún caso de sus terribles sufrimientos.
La mujer no se incomodó por estos reproches injustos; no ignoraba que era el
dolor, y en modo alguno la maldad, lo que hacía hablar así a su marido. Le
auxilió, solícita, con no pocos remedios: una cataplasma, en la mejilla, de
estiércol seco y pulverizado; una infusión muy fuerte de aguardiente y huesos de
escorpión; un pedazo de la piedra en que estaban escritos los diez mandamientos,
y que Moisés rompió en su cólera.
El estiércol aplacó un poco el dolor de Ben-Tovit, pero por breve tiempo. Los
otros remedios produjeron el mismo efecto y, siempre tras un corto alivio, el
dolor volvía a empezar con redoblada fuerza. Durante los escasos momentos de
tregua, Ben-Tovit procuraba olvidarlo completamente, poniendo el pensamiento en
su nuevo asno; pero cuando se hacía sentir otra vez, empezaba a gemir, a
insultar a su mujer y a decir que se iba a romper la cabeza contra la pared.
Sin cesar iba y venía por el terrado de su casa, sin acercarse demasiado a la
barandilla, para que los transeúntes no le vieran con la cabeza envuelta en un
pañuelo, como una mujer. Con frecuencia, sus hijos acudían junto a él y
referían, interrumpiéndose, algo relativo a Jesús Nazareno. Ben-Tovit se detenía
entonces un instante para escucharlos; pero ponía luego cara de pocos amigos,
hería iracundo el suelo con el pie y echaba a los niños; aunque era un hombre de
buen corazón y aunque amaba a sus hijos, se enojaba con ellos, lleno de
fastidio, al oír aquellas naderías. Le enfadaba también que la calle y los
terrados de las casas vecinas estuvieran llenos de gente que no hacía nada y le
miraba con curiosidad pasearse con la cabeza envuelta en un pañuelo, como una
mujer. Quería ya bajar, cuando su mujer le dijo:
-Mira, conducen a los bandidos; quizá eso te distraiga.
-¡Déjame en paz! -respondió colérico Ben-Tovit-. ¿No ves lo que sufro?
Pero había en la proposición de su mujer algo como una promesa vaga de que el
dolor de muelas se le aplacaría si miraba a los bandidos, y se acercó a la
barandilla. La cabeza inclinada a un lado, un ojo cerrado, la mano en la
mejilla, miró hacia abajo.
A lo largo de la estrecha calle empinada marchaba, en completo desorden, una
multitud enorme, levantando gran polvareda. Se oían gritos, centenares de voces
mezcladas. En medio de la multitud, encorvados bajo el peso de las cruces,
avanzaban los condenados. Por encima de sus cabezas, semejantes a serpientes
negras, chasqueaban los látigos de los soldados romanos. Uno de los
condenados -el que tenía largos cabellos rubios y llevaba las vestiduras rotas y
ensangrentadas- tropezó en una piedra que le habían tirado y cayó.
Redobló sus gritos la multitud, que parecía un mar agitado cubriendo con sus
olas la superficie de un islote.
Ben-Tovit, de repente, sintió tal dolor, que se estremeció, como si alguien
le hubiera horadado la muela con una aguja. Lanzó un gemido lastimero y se
apartó de la barandilla, encolerizadísimo, importándole un bledo cuanto sucedía
en la calle.
-¡Dios mío, cómo gritan! -gruñó, imaginándose las bocas muy abiertas, con las
muelas no atormentadas por el dolor.
A no ser por el que le hacía ver las estrellas, hubiera podido gritar como
los demás, quizá más fuerte aún. Al pensar en esto, se hizo más cruel su
sufrimiento, y Ben-Tovit empezó a balancear furiosamente la cabeza y a lanzar
gritos.
-Cuentan que curaba a los ciegos -dijo su mujer, que no se apartaba de la
barandilla ni dejaba de mirar abajo.
Y tiró una piedrecita al sitio por donde pasaba Jesús, que avanzaba
lentamente, medio muerto ya a latigazos.
-¡Tonterías! -respondió Ben-Tovit con acento burlón-. ¡Si posee, en efecto, el
don de curar, que me cure a mí el dolor de muelas!
Y tras un corto silencio añadió:
-¡Dios mío, qué polvareda han levantado! ¡Ni que fueran un rebaño! Debían de
echarlos a palos. ¡Llévame abajo, Sara!
Su mujer tenía razón. El espectáculo le había distraído un poco, o quizá el
estiércol pulverizado le había aliviado. El caso es que no tardó en dormirse.
Cuando se despertó, el dolor había desaparecido casi por completo; sólo el lado
derecho de la mandíbula parecía ligeramente hinchado; tan ligeramente, que
apenas se notaba. Al menos, así lo aseguraba su mujer. Ben-Tovit, escuchándola,
sonreía maliciosamente; bien sabía que a su mujer, por su bondad de corazón, le
gustaba decir cosas agradables.
Un rato después llegó su vecino, el peletero Samuel. Ben-Tovit le enseñó su
nuevo asno, y, lleno de orgullo, escuchó los plácemes de Samuel a propósito del
cuadrúpedo.
Después, a ruegos de Sara, que era muy curiosa, se dirigieron los tres al
Gólgota, a ver a los crucificados. Por el camino, Ben-Tovit refirió a Samuel,
sin omitir detalles, cómo había tenido dolor de muelas, cómo sintió al principio
la molestia en el lado derecho de la mandíbula, cómo se había despertado al
amanecer, atacado, súbitamente, de un dolor insoportable. Para dar una idea más
exacta de sus sufrimientos, hacía muecas, cerraba los ojos, balanceaba la cabeza
y gemía. Su vecino asentía compasivamente, acariciando su larga barba blanca, y
decía:
-¡Dios mío! ¡Es terrible!
A Ben-Tovit le complacía observar que Samuel apreciaba toda la intensidad de
sus sufrimientos recientes. Refirió por segunda vez cuanto le había sucedido.
Después recordó que hacía ya mucho tiempo había tenido un dolor de muelas, pero
en el lado izquierdo de la mandíbula inferior.
Así, en conversación animada, subieron al Gólgota. El sol, condenado a
alumbrar el mundo durante aquel día terrible, se había ya ocultado tras las
colinas lejanas. En el firmamento, hacia el Oeste, llameaba, semejante a un
rastro de sangre, una ancha banda roja. Sobre el fondo del cielo se destacaban
vagamente las cruces. Al pie de la de en medio podían distinguirse siluetas
humanas prosternadas.
La multitud se había ido hacía tiempo. Comenzaba a sentirse frío.
Después de dirigir una mirada distraída a los crucificados, Ben-Tovit cogió a
Samuel del brazo, y los tres se encaminaron a la casa. Ben-Tovit experimentaba
un deseo violento de seguir hablando, y comenzó de nuevo a hablar del dolor que
había tenido. Así, charlando, caminaban Gólgota abajo. Ben-Tovit, animado por
las exclamaciones de compasión que profería de vez en cuando su vecino, daba a
su rostro una expresión de sufrimiento, cerraba los ojos, balanceaba la cabeza,
gemía, mientras de las profundas simas de la montaña y de las llanuras lejanas
ascendía la obscura noche, que parecía deseosa de ocultar al cielo el gran
crimen que se acababa de cometer sobre la tierra.
FIN
Los espectros, Madrid,
191
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LEÓNIDAS ANDRÉIEV
lunes, 19 de diciembre de 2011
Egresados 2011
Días atrás se realizó el acto académico de nuestra escuela, en el Rotary Norte de Moreno. El acto fue conducido por los profesores María Mazzoni y Carlos Heinrich, junto a los profesores de la Asociación Amigos de la Escuela.
Como nos tiene acostumbrados, el Prof. Ulises Romero, nos regaló unas hermosas palabras alusivas, que ni bien me las envíe, las voy a postear, vale la pena, se los aseguro. El coro de la escuela también tuvo su protagonismo y nos deleitó con sus canciones populares. Les dejo una presentación con imágenes del acto y las palabras alusivas del profesor Ulises Romero:
Como nos tiene acostumbrados, el Prof. Ulises Romero, nos regaló unas hermosas palabras alusivas, que ni bien me las envíe, las voy a postear, vale la pena, se los aseguro. El coro de la escuela también tuvo su protagonismo y nos deleitó con sus canciones populares. Les dejo una presentación con imágenes del acto y las palabras alusivas del profesor Ulises Romero:
DESPEDIDA 2011
Me
pidieron que escriba unas palabras de despedida para este acto, para
este acto de egresados, en el que hoy se “va”, entre comillas, en traje o
con vestido de gala, (o con jean y remera, ¿cuál hay?) la promoción
número 20 de la Escuela Molina Campos.
No
se asusten: no voy a hacer un discurso florido con palabras
lacrimógenas. (Cuando yo era joven se acostumbraba poner una canción de
Diego Torres para que todos lloren.) Tampoco voy a hablar de Silvio
Astier ni voy a dar la clave para entender el final de Cien Años de
Soledad. Pero para enfrentarme a esta multitud que me mira (¿me miran?)
voy a hacer como los poetas, que se disfrazan de multitudes, y pueden
ser otros siendo verdaderos nadies, para estar un poco más cerca de
todos, para serle a la zurda más que diestro. Así que los voy a saludar,
los quiero saludar, hoy, a todos. Uno por Uno. Con besos. Permiso.
Mejor los besos después, a la salida, con el numerito del ticket de la
foto van haciendo fila que les doy beso a todos.
Es
que hoy es uno de esos días en que me dan ganas de querer a todos, de
quererlos a la fuerza, de plancharles el pañuelo que se les asoma en el
traje o de acomodarle un cachito las trenzas que se desbordan en la
espalda, o de martillar un taco aguja salido, o de terminar de cincelar
las uñas francesas esculpidas…
Por
eso quiero saludarlos a todos: al que llora, al que pasa, al que se
esconde atrás del compañero, al que ni me conoce pero me saluda puntual
en el patio, y también al que se cruza de vereda para no saludar (hoy es
el momento: después yo también me cruzo de vereda, para estar iguales),
a la que tiene voz de locutora, al que siempre está esperando que haga
algo gracioso, al que no entiende por qué siempre entro al aula cuando
está Ricardo, a la que siempre hace el gesto de OK, a la que leyó una
sola fotocopia en todo el año pero le gustó, al que le daba vergüenza
actuar pero le ponía onda, al que en este momento está pensando “¿y este
pelado qué se cree?”, a la que valientemente increpó conmigo, junto con
Florencia y Aleida a upa, a un chofer de colectivo que no quería
devolverle la tarjeta a una compañera, al que está esperando que lo
nombre, al que está súper seguro de la carrera a la que se va anotar
pasado mañana pero todavía debe lengua de 1ero polimodal, a la que no se
identifica, al que no puede dormir, al que no habla: quiero darle beso.
Hoy. Me urge. Soy así. Quizá porque vengo de otro siglo. O quizá porque
yo también fui un egresado de traje con uñas esculpidas.
Y
quiero, para terminar, al borde de este escenario, ahora que tengo
lleno de pecho el corazón, ayudarle a reír al que sonríe, para que
todos, todos, todos y todas… salgan bien en la foto.
Gracias.
(Gracias César, gracias Alejandro, gracias Silvio, gracias Liliana, Sergio, Carlos, Matías, ...................)
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miércoles, 23 de noviembre de 2011
UN PASEO POR TECNÓPOLIS
El pasado miércoles 18 de noviembre, salimos con los alumnos de 3 ero de la escuela a visitar Tecnópolis. Les dejo imágenes de la jornada,
viernes, 11 de noviembre de 2011
UN PROYECTO DE DEBATE Y PARTICIPACIÓN
![]() |
Eli Figuerora y Laura Benitez |
Lo principal que se puede destacar es la magnifica
experiencia que se adquiere compartiendo un lugar con alumnos de nuestra edad,
aprendiendo sobre problemáticas que aquejan a otros países, culturas,
pensamientos, política, etc. Y sobre todo, creo yo más importante, poder
enriquecer el vocabulario ya que hay que comportarse y hablar de una forma
adecuada y apropiada de una Organización internacional.
Debatir con cada bloque, defender tu postura – la postura
del país que representas – hace que puedas aprender un poquito más de lo que se
trata el poder concensuar y lograr tu objetivo y el de las Naciones Unidas.
Una experiencia única y hermosa que te da la posibilidad de
abrir nuevos horizontes en este camino que transcurrimos los estudiantes.
Aprovechando esta oportunidad agradecemos al director
Marcelo Panuccio y al profesor Carlos Pereyra que nos brindaron su confianza y
creyeron en nosotros.
Y concluyendo estas palabras, quiero alentar desde mi
postura de estudiante a los alumnos que lean esto y tengan la posibilidad de
poder participar en un Modelo de Naciones Unidas ¡que lo haga!, no dejen pasar
esa oportunidad tan gratificante, no tan solo como estudiante de secundaria, si
no también como persona.
País: Bélgica.
Elizabeth Figueroa (Embajadora)
Laura Benitez (Delegada)
País: Panamá.
Monica Zapata (Embajadora)
Tillet Hugo (Delegado)
Belén (Delegada)
País: Zimbabwe
Antonella Torchetta (Embajadora)
Belén Bordón (Delegada)
Fernando Aldanondo (Delegado)
miércoles, 9 de noviembre de 2011
martes, 8 de noviembre de 2011
Articulando con Mandalas
Días atráz, bajo el marco de un proyecto de articulación con la ESB nº 19, se desarrolló una actividad con Mandalas, coordinado por la prof, Maryté Arias y sus alumnos de 3º2 Husoc y 3º4º Husoc . Estuvieron trabajando con alumnos de 1º y 2º de la secundaria básica creando mandalas. Les dejo las imágenes de aquella jornada.
UN ADELANTO DE NUESTRA REVISTA
Mañana saldrá la publicación de la revista Perfiles: parecidos y diferentes, un material complementario a la 1º Jornada de la Diversidad e Interculturalidad que se realizó en nuestra escuela. Acá les dejo un adelanto de la publicación digital.
Perfiles: parecidos y distintos
Perfiles: parecidos y distintos
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