sábado, 1 de noviembre de 2008

De paseo y libros



La biblioteca sobre ruedas del Subte A

La línea de subte A, con sus bamboleantes vagones de madera, sus espejos cansados de tanto reflejar, sus asientos de varillas, es una de las cosas más lindas de Buenos Aires. Los vagones de las otras líneas, amén de ser modernos, uniformes, bastos, son inseparables de los túneles que recorren, no tienen entidad propia. Nadie los ha visto en la superficie.

En cambio, los vagones de la Línea A tienen su vida exterior y nocturna. Los túneles son una circunstancia, no su destino. Los conductores sacan por la noche los trenes a la superficie y es un placer verlos avanzar, lentos y cautelosos, iluminados y vacíos. Van hacia la oscuridad subterránea o hacia el gran playón de Emilio Mitre y José Bonifacio, donde duermen –junto a tranvías belgas y portugueses– su sueño de pasado.

Siempre me gustó leer en el Subte A, si bien es cierto que a medida que se llega a Plaza Miserere, la población aumenta, la luz languidece, y cuesta mantener el libro abierto. Atenta a los hábitos lectores, la Línea A es la única que permite al lector, si está enfrascado en la novela, no interrumpirla. Puede repetir sin pausa el viaje entre Primera Junta y Plaza de Mayo hasta terminar el libro: nadie lo hará bajar, como en las otras líneas. Se viaja en una biblioteca sobre ruedas. En los vagones de las otras líneas el pasajero de a pie no encuentra de dónde sostenerse; fabricados en sitios lejanos, adoctrinados en una eficacia foránea, los vagones modernos están hechos para vidas y vías sin curvas ni sobresaltos. El pasajero incauto no sabe si ejercitar sus modestas dotes de equilibrista o si aferrarse al paraguas de la señora de al lado. En cambio, el sabio constructor de los vagones A ignoró aquello de "Dadme un punto fijo y moveré el mundo" y lo reemplazó por "Si movéis el mundo, dadme un punto fijo, o atajadme". Cada pasajero tiene el suyo: asientos, barras verticales y aros dignos de disciplinas olímpicas.

Inaugurada en 1912, la Línea A está hoy en expansión, y se ven por allí las estaciones de Puán y de Flores, todavía inalcanzables para las formaciones. Sus hitos han sido siempre la calle Florida (Perú), las librerías de Av. de Mayo (Piedras, Lima), el Congreso, con su Confitería del Molino, fantasmal y empapelada, la Plaza Once, la confitería Las Violetas (Castro Barros), el Parque Rivadavia (Acoyte), el Mercado del Progreso (Primera Junta). 'Se agregarán la Facultad de Filosofía y Letras (estación Puán) y la Plaza Flores, o los vagones se resistirán a seguir? En la Divina Comedia, Ulises llega al punto de partida, Itaca, y sigue de largo, rumbo al Oeste. Tal vez los vagones acepten imitarlo.


La Singer y el Titanic

La Línea A tiene también estaciones sin vereda de enfrente (Pasco y Alberti), el encuentro populoso con el ferrocarril (Plaza Miserere) y la estación más linda de todas, Perú. Allí hay tanto respeto por el pasado que a uno no le sorprendería que le exigieran cospeles para atravesar el molinete. Sobre el andén hay un pequeño local que vende sacapuntas metálicos de colección: máquinas de escribir y candelabros, la Singer a pedal y un tren a vapor, un globo aerostático y el Titanic.

Ultima inclusión: las Torres Gemelas. Frente a esa vidriera aprendemos que todas las cosas, cuando dejan de existir, se convierten en sacapuntas. Esperemos no encontrar un día a los viejos vagones de la Línea A, metálicos y diminutos, sin maderas ni espejos, a la espera del lápiz.

Por: Pablo De Santis/ Revista Ñ

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