domingo, 8 de noviembre de 2009

LA ESPERA

Yo hubiera podido ser ese hombre.
He compartido su sombra.

Edmond Jabès

A Sofía

Si este viento caliente dejara de soplar, si finalmente lloviera, sería un alivio. Aunque no se trata de la tormenta que, tarde o temprano, estallará, o se disolverá en el horizonte —vendrán días soleados y noches frescas y apacibles; los días y las noches que se esperan a mediados de otoño. No se trata, por tanto, de la lluvia, sino de las próximas horas: las de hoy, sábado, las de mañana, domingo. Pienso en estas horas por venir, en su curso lento y, a la vez, implacable.

Ana ensaya a Brahms. Los dieciséis valses de Brahms ¿cuántos años hace que le regalé esa partitura? ¿Diez? ¿Doce? Nunca antes ella se sentó al piano para interpretarla. Lo hizo recién anoche, acabada la cena, mientras yo bebía mi whisky y trataba de ampararme en la lectura de la novela. Ana dice que esas pequeñas piezas de Brahms, en apariencia sencillas, son difíciles de ejecutar. Todos estos años conversamos sobre la secreta complejidad de ciertas obras musicales, sobre la buena música y la buena literatura. Lo concreto es que este fin de semana, Ana se concentrará en Brahms, en estos valses breves, tan íntimos e intensos, que parecen haber sido compuestos con una especie de desesperación contenida. Brahms debió haber sido un hombre desesperado, claro.

“Todo va a salir bien”, me dijo Ana esta mañana, al despertar. Se acurrucó a mi lado, me abrazó y apoyó su mejilla en mi pecho. Dos o tres veces repitió que todo saldría bien. Respondí que sí (hubiera deseado que fuera un “sí” menos débil) y la retuve con mi brazo, temiendo que alzara los ojos, que repentinamente me mirara. Ninguno de los dos puede mentirle al otro con la mirada. Ya bastante difícil es callar. No hablar y esperar a que llegue el lunes, el desayuno silencioso del lunes, disimular la tensión de estos últimos momentos. No logro imaginar cómo serán las palabras de despedida este lunes, qué nos diremos. Sí, en cambio, el resto. El resto es fácil: llegaré al hospital a primera hora, el médico me recibirá en su consultorio y, con una sonrisa, me pedirá que tome asiento. Se mostrará, como de costumbre, amable y distante. A continuación le tenderé el sobre que ayer por la tarde retiré del laboratorio (y que dejé sobre el mármol de la alacena, detrás de la frutera, con un ademán de falso descuido). Él rasgará el sobre por uno de los bordes, leerá el informe, y un minuto después, me clavará la vista. Entonces todo habrá concluido. Me bastará su expresión para saber cómo, al menos para sospecharlo. Es difícil deshacerme de esa escena que se sigue colando entre las de la novela. Tan difícil como disimular frente a Ana, quien sin dudas también se esfuerza, pero ella, al menos, lo tiene a Brahms, la catedral de su música, ese relativo consuelo. No nos hemos dicho una sola palabra acerca de la enfermedad, siquiera la nombramos. Para que no exista, para que no tenga una representación en nuestras vidas.

Esta mañana, con Ana acurrucada a mi lado, no había nada para mí fuera de ella, de su aliento tibio en mi piel, de ese punto de calor que casi me quemaba y, tal vez, en ese instante, Ana compartió mi esperanza: sanarme con su respiración, con su voluntad ¿Quién sabe? Hay vida, hay cuerpos que envejecen: el mío, el de Ana. Hay, del mismo modo, cierta extrañeza a lo largo de una vida en común, y quizás ése sea el único misterio: el mutuo desconocimiento. No se en qué momento Ana se deshizo de mi abrazo, se escurrió entre las sábanas, y salió de la cama. Con los párpados cerrados, para que no me distrajeran los muebles, el cielo raso (ese mapa de claroscuros que podría dibujar después de tantas noches de vigilia), yo intenté recordar un antiguo sueño. Un sueño repetido por años, en el pasado, que Ana no conoce, que mantuve en secreto. Siempre era otoño en el sueño, cerca del mediodía, y estábamos ella y yo solos, en la cocina. Me acercaba a Ana por detrás, abarcaba su vientre, la abrazaba, ambos de cara al parque, los dos jóvenes, cuando todo aún era posible. Sin embargo, la memoria traiciona: no es lo mismo soñar que evocar un sueño. En el recuerdo de hace unas horas estábamos una vez más Ana y yo, pero más bien parecíamos dos figuras borrosas tras un vidrio empañado, que terminó por cegarse cuando Ana me habló. La miré. Ella ya desplegaba los postigos, corría las cortinas, y se metía en el baño. Desde la puerta, a punto de quitarse el camisón, con esa gracia tan particular de su cuerpo delgado, ese encanto que ella tiene, murmuró algo —la voz mínima, contenida. “¿…Sabés?”, fue lo único que escuché o entendí de esa frase apenas esbozada. Pero había un brillo en sus ojos, tanta alegría y tanta rabia en ese gesto, que no hice más que asentir y devolverle la sonrisa.

No quiero pensar en Ana sola a los cincuenta y dos años, en esta casa demasiado grande, demasiado vacía. No quiero eso para ella y no lo quiero para mí, aunque ¿A quién le importa lo que Ana y yo queramos? ¿A quién…?, me preguntaba hoy al oír el violento golpe del agua en la bañera, ese martilleo hueco que me hacía contemplar, como ahora, la ventana: los suaves movimientos de las ramas altas del nogal, y este cielo bajo, color ceniza.

© Gabriel Bellomo

Gabriel Bellomo nació en 1956 en la Capital Federal. Actualmente vive y ejerce sus profesiones de abogado, docente y asesor en la ciudad de Moreno, en el Gran Buenos Aires.

Historias con nombre propio (1994) y Olvidar a Marina (1995) fueron sus primeros libros de cuentos publicados y formaron parte de la colección “Los oficios terrestres” de la editorial Libros de Tierra Firme.

Ya en 2001 publicó un tercer libro de cuentos, Marea Negra, en editorial Simurg. En 2004 se incluyeron relatos de su serie inédita “Seres de entreguerra” en la antología de microrelatos En frasco chico, de Ediciones Colihue.

Escribió también reportajes y ensayos para la revista cultural Diógenes. Recientemente publicó Formas transitorias (2005, Premio Fondo Nacional de las Artes) y la novela El Ilusionista (2006). Sudamericana Mondadori publicó en 2007 su novela El informe de Egan, primera parte de una "trilogía del desierto".

Gabriel Bellomo estará en la Feria del Libro de Moreno, es una oportunidad para conocer un escritor local.

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